El matemático Stephan Lechner está al frente de 300 científicos que investigan al borde del peligro… sobre el papel. Su trabajo consiste en delimitar el borde teórico del peligro, calculando el riesgo de que colapse el sistema financiero europeo; de que un tsunami arrase tal o cual costa; o de que las nanopartículas causen daños a la salud, entre otras muchas amenazas. Pero en abril de 2009 un terremoto no teórico sino muy real, el de L’Aquila (Italia), con más de 300 muertos, sacudió también la rutina de estos científicos. La sentencia condenatoria a los siete expertos que en su día asesoraron sobre el riesgo sísmico en L’Aquila ha infundido en Lechner y sus colegas el temor a que un pequeño error les lleve a juicio.
Lechner dirige el Instituto para la Protección y la Seguridad del Ciudadano (IPSC), en Ispra (Italia), uno de los siete centros del principal organismo de asesoría científica de la Comisión Europea, el Joint Research Centre (JRC). Y ha sido uno de los promotores del debate titulado “¿Ir a la cárcel por ser un científico?”, celebrada esta semana en la feria de la ciencia europea ESOF, en Copenhague. Junto al propio Lechner intervineron Anne Glover, asesora científica jefe de la presidencia de la Comisión Europea, y expertos en comunicación de riesgos.
“Esta sesión es la prueba de que el caso de L’Aquila ha influido mucho en la manera en que expresamos lo que sabemos y en que nos relacionamos con la sociedad, a través de políticos y periodistas”, dijo Lechner. “Queremos llegar a otros cientificos, para que también modulen sus mensajes cuando se les pide una opinión”.
El terremoto de L’Aquila sucedió el 6 de abril de 2009. Días antes, un grupo de expertos había sido convocado a la zona -que llevaba tiempo en una crisis sísmica- para informar sobre el riesgo para la población. En octubre de 2012 un juez les condenó a ellos y a un funcionario a seis años de cárcel, un castigo aún más duro del que pedía la acusación, y contra el que los científicos han apelado. En la sentencia se dice que el consejo que dieron los expertos fue “vago, genérico e infectivo”.
“Para nosotros la sentencia fue una sorpresa total”, dice Lechner. “Ha funcionado como una alarma que nos advierte de puede ocurrir algo que nunca creímos que fuera posible. Nos ha hecho pensar en las consecuencias que tiene para nosotros nuestro trabajo, nos hace replantearnos nuestro papel como científicos”.
“La sentencia nos hace replantearnos nuestro papel como científicos”
En el IPSC, un departamento entero de científicos trata de predecir si el sistema financiero europeo puede fallar. También analizan la ciberseguridad y modelan tsunamis . “Sabemos que basta una pequeña diferencia en una ola para que sus effectos cambien drásticamente”, apunta Lechner. “Así que si alguien se equivoca en un algoritmo, ¿qué pasa, me procesan? Antes del caso de L’Aquila hubiera respondido que por supuesto que no; ahora ya no lo sé”.
El IPSC cuenta con 300 científicos en diversas áreas, y mantiene estrechos contactos con el resto de la comunidad científica a través de sus más de 200 socios colaboradores. Según Lechner, “hablamos con los politicos prácticamente todos los dias, y casi cada semana nos piden una opinion concreta sobre un tema”. El JRC en conjunto emplea a más de 3.000 cientificos.
“La sociedad demanda nuestra opinión en temas que van de las tormentas solaes al fracking; de las nanoparticulas, a la seguridad de los edificios en terremotos”, dice Lechner. “Existe el riesgo de que muchos científicos dejen de responder cuando se solicita su experiencia; muchos ya han dejado de hablar con la prensa. ¿Qué utilidad tiene eso para la sociedad?”
Científicos y políticos
El IPSC no ha cambiado formalmente su forma de trabajar, pero ahora es mucho más estricto con las indicaciones a sus científicos: nadie habla con periodistas si no es a través de su oficina de prensa -él mismo deberá informar de la conversación que mantiene para esta crónica-: “Ahora somo muchos más cuidadosos con nuestros mensajes, no los falseamos, por supuesto, pero somos mucho más conscientes sobre los riesgos de dar un mensaje erróneo. Desde luego hemos dicho a los científios que siempre deben evitar decir que hay un riesgo cero”.
Durante la sesión se aludió al problema clásico de comunicación entre científicos y políticos: unos necesitan ser precisos y hablan en términos de probabilidad; los otros necesitan un sí o no para tomar decisiones. Glover empatizo con los científicos: “Se pide que hagamos predicciones sobre procesos que no son lineales, que pueden sufrir cambios bruscos del todo imprevisibles”.
Los expertos en comunicacion de riesgos dejaron algunos consejos, como, por ejemplo, ser respetuosos con el público, que no es ignorante y puede entender rangos de probabilidad cuando se expone claramente y sin tecnicismos; no ser paternalista, y plantear el mensaje de forma que, con información, el público pueda decidir libremente; y nunca hablar de riesgo cero.
— Mónica G. Salomone (Copenhague, Dinamarca),
Noticia relacionada: