
Reconstrucción de 'Leinkupal laticauda' defendiéndose de un ataque de sus predadores contemporáneos. / Jorge Antonio González
A partir de 1993, la pasión por los dinosaurios estalló por todo el planeta gracias a Parque Jurásico, la película más taquillera hasta el momento, dirigida por Steven Spielberg. Ver correteando a tiranosaurios y velocirraptores llenó de niños los museos de historia natural de todo el mundo, procurando sin duda numerosas vocaciones para la paleontología. Y más de 20 años después, el éxito comercial de aquella saga de películas sigue siendo de gran ayuda para los científicos que rastrean todo el mundo en busca de nuevos hallazgos que ayuden a entender mejor cómo eran aquellos gigantes que dominaron la Tierra hace millones de años.
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En 1997, uno de los asesores científicos de Spielberg para el filme, Don Lessem, consiguió que la productora Amblin Enterteinment y la distribuidora Universal Pictures dedicaran parte de lo ganado a mantener viva esa pasión por los dinosaurios financiado la creación de la Dinosaur Society y la Jurassic Foundation. Esta fundación, que se rige con criterios científicos, entrega cada año ayudas para la investigación sobre dinosaurios como la que ha llevado a un grupo de científicos argentinos a dar en la Patagonia con el último brontosaurio conocido.
Estos gigantes del Jurásico, entre cuyas patas corrían en moto en la segunda entrega de la saga, nunca se habían encontrado en Sudamérica. Ahora, unos investigadores de CONICET —que también ha financiado el trabajo— han descrito el hallazgo del primer brontosaurio en esta región, más concretamente en la Patagonia, y que además sería una especie desconocida y la más reciente de la que se tiene registro en su familia.
Uno de los asesores de Spielberg quiso aprovechar el tirón comercial de la película para la investigación
“En realidad, creemos que los diplodócidos ya estaban presentes desde el Jurásico en Sudamérica, pero simplemente no teníamos evidencias de ellos”, explica a Materia el investigador argentino Pablo Gallina, principal autor del hallazgo que publica PLoS ONE. Estos diplodócidos, familia en la que destacan los Diplodocus y los Apatosaurus, son famosos por su gigantesco tamaño, cuello larguísimo y cola de látigo (y populares porque sus costillas se servían tras cada capítulo de Los Picapiedra).
Los investigadores, que comenzaron sus pesquisas en 2010 en Bajada Colorada, sobre el valle del río Limay, en la Patagonia Norte, vieron con asombro, bajo una pila de huesos en un estado deplorable, como aparecían “materiales que no correspondían a ninguno de los grupos de dinosaurios conocidos hasta el momento”.
El último de su estirpe
El estudio de los restos indican que se trata de una nueva especie, que fue nombrada como Leinkupal laticauda porque en idioma mapuche leinkupal significa “familia que desaparece” ya que el hallazgo corresponde al último hallazgo mundial conocido de un dinosaurio de la familia de los diplodócidos; y laticauda, en latín significa “cola ancha”, ya que esta característica hace bastante particular a este dinosaurio.
El ancho de sus vértebras indica que contaba con una gran precisión a la hora de usar su cola como un látigo
“El principal rasgo de esta especie es el ancho relativo de las vertebras de la base de la cola, lo que nos dice que este dinosaurio poseía una importante musculatura caudal que le permitía realizar movimientos laterales con mucha más precisión y fuerza que otros diplodócidos”, defiende Gallina. El paleontólogo explica que ya se ha propuesto previamente que los diplodócidos poseían una larga cola con la que atizar como si fuera un látigo de manera defensiva, pero que esta condición “está mucho más desarrollada” en esta nueva especie, como trataron de reflejar en la ilustración que acompaña a este texto.
A pesar de su modesto tamaño (ocho o nueve metros de largo, frente a los 20 de otros miembros de la misma familia), el Leinkupal laticauda contaba con una cola más poderosa que la de sus otros parientes, con vértebras muy anchas y neumatizadas (con cavidades donde alojaba sacos con aire), donde se insertaban fuertes músculos que le permitían dar poderosos coletazos laterales, de un modo aún más marcado que el de otros brontosaurios.
Además, es el diplodócido que más tarde sobrevivió de entre los que se tienen registro. Aunque el material con el que cuentan es fragmentario, el hallazgo de esta especie en estratos del Cretácico Inferior sugiere que la supuesta extinción de su familia al final del Jurásico no se produjo a nivel global, sino que estos brontosaurios sobrevivieron en América del Sur por más tiempo. “Es imposible decir que se trata del último diplodócido en extinguirse, solo sabemos que es el último que vivió del que tenemos registro”, zanja Gallina.
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